POR DANIELA GAYA ÁBREGO
En Bolivia la nacionalidad sólo se demuestra en momentos de crisis o de quiebre. La nación no sigue una historia lineal como en el caso de las antiguas nacionalidades europeas; las diferencias entre sus súbditos no están basadas en antiguas religiones, lenguas o historia común, sino por elementos de clase, regionales e identitarios. A pesar de que la identidad cruceña ha sido tema de debate y discusión desde mediados del siglo XIX; los intentos por definirla, sin embargo, se incrementaron a partir de la década de los 80 con la publicación de ensayos y debates sobre la identidad –por un grupo de intelectuales– desde un punto de vista sociológico.
Después de la fundación y la fusión de Santa Cruz de la Sierra y San Lorenzo el Real durante la época colonial, el nacimiento de la región del Oriente Boliviano vendría a ser el tercer momento constitutivo en la construcción de la identidad cruceña. Este momento se inició a partir de la creación del departamento del Beni en 1842 y el desprendimiento de Mojos, de tal manera que a mediados del siglo XIX, durante el gobierno del presidente Ballivián se creó la región espacial y geográfica del Oriente Boliviano. A principios del siglo XX, la explotación gomera consolidó a una elite que se llegó a comparar con los barones de la plata y el estaño, y que favoreció el nacimiento de la oligarquía cruceña, que anteriormente contaba con el monopolio ganadero del país y con una agricultura incipiente, aunque importante para el abastecimiento interno de Bolivia. La construcción de líneas de ferrocarriles que unían los centros mineros del Occidente del país entre sí, llevó a la élite cruceña a pedir al gobierno central el cumplimiento del tratado de Petrópolis, firmado con Brasil en 1903 (guerra del Acre) que preveía la construcción de un ferrocarril que uniera al departamento de Santa Cruz con el resto de Bolivia y que al mismo tiempo facilitara el transporte de la goma desde las zonas de explotación a los centros comerciales. La negativa del gobierno llevó a los intelectuales cruceños a movilizarse primero pacíficamente, mediante la redacción de un Memorándum en 1904, exigiendo la integración del Oriente al país bajo el lema “Ferrocarril o nada”. Posteriormente, las movilizaciones se tornaron activas mediante marchas y huelgas, de tal manera que el mencionado lema se convirtió en el “Movimiento Ferrocarril o nada” de 1924; a pesar del fracaso del mismo, las movilizaciones y acciones, así como la participación de la población pueden ser consideradas parte de otro momento constitutivo de la identidad cruceña.
Durante la consolidación del Estado boliviano y la construcción de la identidad nacional a lo largo de la primera mitad del siglo XIX, se definieron dos constructos opuestos: el Estado-Nación y las Regiones periféricas en Bolivia. El Estado-Nación se centró en las antiguas urbes minero-coloniales, mientras que Santa Cruz y su región de influencia se mantuvieron prácticamente en las mismas condiciones que durante la época colonial. Los estudios de los años 80 y 90 establecieron también que la identidad cruceña se ha ido construyendo a través del tiempo y se sigue construyendo frente a dos otros: por un lado el otro endógeno, compuesto por los pueblos indígenas del oriente boliviano y el otro exógeno, compuesto por el Estado central y los migrantes del interior. Ambos otros, sumados a los momentos constitutivos a través de la historia cruceña, fueron consolidando no sólo los rasgos identitarios cruceños, sino también el antagonismo entre el estado central y la periferia. Esos estudios a fines del siglo XX establecieron que en el caso de la construcción de una identidad regional, para los cruceños, el ‘otro’ siempre ha sido el Estado; por esa razón las demandas regionales cruceñas históricamente se han presentado en contra del Estado centralista, al que le reclaman la falta de políticas de desarrollo regional o incluso la existencia de políticas nacionales que inhiben el desarrollo local. Sobre esta base se construyó el discurso regionalista no obstante que el desarrollo del oriente boliviano no hubiera sido posible sin la conducción e inversión del Estado en la agroindustria a partir del Informe Bohan en la década de 1940. Bajo este panorama, la cuestión de las identidades se presentó como un factor más de debate, discusión, unión y división. La identidad se ha convertido en un instrumento político más que ahonda los conflictos entre las diversas comunidades, regiones y pueblos originarios que conforman el imaginario colectivo de Bolivia. El Estado central cumplió con la vinculación ferrocarrilera de Santa Cruz con Argentina y Brasil, pero la conexión del Oriente y Occidente del país mediante vías férreas no se concretó.
A partir de la década del 70 las inversiones del Estado en la agroindustria, infraestructura (la carretera Cochabamba-Santa Cruz), créditos, y una serie de programas de colonización con el objetivo de transformar las haciendas cruceñas en empresas agrícolas y movilizar mano de obra excedente de la minería desde el occidente de Bolivia, dieron como resultado la confirmación y fortalecimiento de la nueva élite agroindustrial en el departamento de Santa Cruz, una élite que se fortaleció inicialmente con la producción y comercialización de la goma; para pasar luego al latifundio y la producción agrícola.
Desde el rechazo del estado central al Movimiento “Ferrocarril o nada”, el discurso del aislamiento y el abandono de la región por parte del Estado nacional, se tornó en el motor de las protestas, y luchas reivindicatorias de Santa Cruz y su región de influencia, que gracias a las acciones de la élite cruceña, se han mantenido en el imaginario colectivo de la sociedad cruceña como una especie de justificación histórica para sus demandas regionales y un componente base de la identidad cruceña. El cambio en las circunstancias políticas a raíz de la asunción de Evo Morales a la presidencia de la república y el establecimiento de la Asamblea Constituyente han visto peligrar muchos intereses que giraban en base al centralismo y al engranaje jurídico-político que durante más de 180 años de vida independiente moldearon al estado central. Como consecuencia directa, el problema de la pugna de identidades en Bolivia se ha agravado debido a la pérdida de los puestos de poder de los partidos y sectores tradicionales y el empoderamiento de sectores que hasta el momento habían sido relegados. A su vez, la demanda autonomista de las elites de los departamentos agroindustriales y productores de hidrocarburos, ya no estriba en que los pueblos sean los artífices de su destino; al contrario, esta demanda estriba en que los pueblos, comunidades e incluso regiones, corren el riesgo de dejar de estar bajo el dominio de las oligarquías regionales (Santa Cruz, Tarija), los gamonales (Beni, Pando) y las viejas elites de Cochabamba y Chuquisaca que han optado por sumarse a la demandas de los cívicos del oriente boliviano. M