El Comité Cívico Pro Santa Cruz como aparato ideológico de la élite cruceña

POR HELENA ARGIRAKIS

El surgimiento del Comité Cívico Pro Santa Cruz tiene entre sus antecedentes formativos sociohistóricos la promulgación del Memorándum de 1904, el Comité de Defensa de los Intereses del Oriente y la Acción Juvenil Orientalista de 1920, entre otros. Desde una perspectiva sincrónica, también podemos considerar como antecedentes para su organización la Guerra del Chaco -sus consecuencias- que provocaron la definitiva fractura del bloque histórico oligárquico minero feudal, posibilitando la conformación de un nuevo bloque histórico que a partir del conflicto consolidará también una nueva relación hegemónica en Bolivia: el proyecto del nacionalismo revolucionario modernizante.

La aparición, evolución y maduración de este nuevo bloque histórico ascendente, caracterizado como unipolaridad partidista sindical de izquierda reformista, generará profundas repercusiones en el bloque político del oriente. El bloque político en el oriente, a pesar de haber articulado un discurso en torno al regionalismo como respuesta ideológica al aislamiento histórico del oriente con referencia al Estado, promoverá una respuesta institucional ante las amenazas potenciales que portaba este nuevo proyecto país de naturaleza modernizante, popular, reformista y progresista. Si bien el Comité Cívico Pro Santa Cruz fue fundado el 30 de Octubre de 1950 –dos años antes de la Revolución del 9 de abril de 1952– tomaba forma institucional una tendencia profunda de la cultura política de la élite cruceña: la búsqueda de detener, resistir y rechazar los procesos de cambio societales, ya sea que vengan éstos desde la escenografía política externa a la región, así como también los intentos de cambio desde adentro de la geografía simbólica de la misma. Por ello se afirmaba una tesis geopolítica de la región como espacio político de exclusión, una geografía política material y simbólica que trazaba fronteras políticas y relaciones antagónicas con la(s) otredad(es), definidas en virtud a los intereses y privilegios de las elites del bloque político. Consiguientemente, se afirmaba al regionalismo como una supra ideología que desplazaba, invisibilizaba y postergaba otras matrices de conflicto en el oriente, como por ejemplo, la lucha de clases, la lucha étnica cultural y de corte civilizatorio. El regionalismo como supra ideología permitía al bloque político en el oriente producir, conservar y reproducir hegemonía interna. Sin embargo hacía falta una institución que centralice y administre dicha ideología. De allí que surge el fundamento socio histórico, político e ideológico para la fundación del Comité Civico Pro Santa Cruz, forma institucional que viabilizará la consolidación del bloque político cruceño para resistir los cambios que venían desde los impulsos nacionales y para conservar la hegemonía dentro de los confines del departamento.

El Comité Cívico Pro Santa Cruz como aparato ideológico de la cruceñidad

Considerando el concepto de hegemonía en Antonio Gramsci, podemos diferenciar dos aspectos centrales en las relaciones de poder: la importancia del consentimiento de la sociedad civil, frente a la mera utilización de la violencia o fuerza, manifestada como imposición en la faceta de dominación del poder. En esta concepción más amplia del poder, la dominación por si misma no basta para establecer la hegemonía, para ello es fundamental la construcción de consentimiento entre los subordinados. Sin embargo, este consentimiento no significa de simplemente consenso, sino que está basado en una producción ideológica; por lo que el consentimiento debe lograrse mediante el trabajo ideológico. La hegemonía se refiere a cómo la dominación de clase no sólo se basa en la coacción sino en el consentimiento cultural e ideológico de las clases subordinadas. En este sentido, la política puede entenderse como fuerza y como consentimiento. También se considera que una clase es hegemónica únicamente cuando ha logrado el consentimiento activo de la clase subordinada. La concepción del poder se amplia hasta incluir una gran variedad de instituciones con las que se modifican las relaciones de poder en la sociedad y a través de las cuales se fundamentan las estructuras de poder. La educación, los medios masivos de comunicación, los parlamentos y los tribunales, son todos ellos actividades que forman parte del aparato de la hegemonía política y cultural de las clases dominantes. El problema no es sólo la experiencia de la explotación sino cómo reciben las clases subordinadas, interpretaciones ideológicamente opuestas de esa realidad. Gramsci concede una importancia creciente al papel de los intelectuales. Para él es crucial que la teoría no sea un resultado abstracto sino que se puede verificar con la práctica política.

Aplicando la perspectiva teórica de Gramsci a la trayectoria histórica del Comité Cívico Pro Santa Cruz (CCPSC), podemos colegir que en el regionalismo encontramos elementos ideológicos para la construcción de hegemonía, ya que constituye un pensamiento legitimador justificando el liderazgo y conducción de un bloque político y de una elite. Este pensamiento legitimador construido es el regionalismo, que se erige en una supra-ideología, en palabras del historiador beniano José Luís Roca. Los objetivos, intereses, aspiraciones y reivindicaciones del regionalismo (en abstracto y en general) están por encima de cualquier demanda particular o sectorial que se pudiera presentar. Con esta supra ideología se fundamenta la lucha entre regiones, que pone acento en la oposición dual y excluyente de las contradicciones entre nacionalismo y regionalismo, que a criterio de la inteligentzia cruceña, es la verdadera naturaleza y esencia de la disputa política en Bolivia. El argumento de lucha entre regiones desplaza e inhibe centralidad al debate sobre la lucha de clases y demás luchas y narrativas de emancipación que pudieran surgir entre y desde el oriente. A su vez, en la construcción hegemónica, la supra-ideología reclama lealtades exclusivas y excluyentes, muchas veces en oposición histórica a los ritmos de consolidación de estatalidad en Bolivia, erigiéndose en momentos en una suerte de paraestatalidad o estatalidad paralela a la otrora República.

Por otro lado, el regionalismo como supra-ideología, permite incidir en la formación de la identidad política como producto de la cultura política. El concepto mismo de identidad es una construcción política, ya que, las identidades, así, inevitablemente en plural, son ‘ficciones’ que se quieren hacer pasar por esencias. Son ‘relatos’ que se quieren hacer pasar por sustancias. La construcción de identidad entraña una lucha política de construcción de hegemonía, al optar por una gama de posiciones subjetivas (Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. 1985) y la confluencia de éstas posiciones subjetivas en un nosotros, que se opone a otros significativos. Las identidades son ficciones ya que son socialmente construidas e históricamente contingentes (Laclau y Mouffe), reflejan una percepción subjetiva, racionalizada y politizada de un contexto histórico en particular.

La creación de la identidad (política) cruceña está profundamente ligada a la creación de diversos mitos políticos o la mitificación de la realidad, que surgen para afirmar la hegemonía, además de presentar respuestas y/o reacción a situaciones de incertidumbre, inestabilidad, riesgo y miedo hacia lo desconocido y ambiguo del cambio. Esto se da especialmente cuando la percepción del cambio es ambiguo o liminal, ya que se realiza de manera acelerada y con contenidos muy diversos o alternos a la cultura política prevaleciente, especialmente cuando lo que esta en juego es la (re) distribución de las estructuras del poder. Si bien el mito político pertenece (en gran medida por su naturaleza) al ámbito de la psicología social, su esencia y expresión es predominantemente política por los efectos que plantea. El fenómeno del mito político se manifiesta debido al riesgo que entrañan las demandas societales de diferenciación, apertura e inclusión social, política y cultural, donde el poder está perdiendo su carácter exclusivo y restringido, para convertirse en expresión de necesidades de pluralismo social, justicia económica, democratización política y apertura cultural civilizatoria.

El Mito de la Cruceñidad y el feliz mestizaje en el discurso del CCPSC

El ‘mito de la cruceñidad’ se basa antropológicamente en el ser étnico cultural del camba (sujeto de extracción étnica indígena de tierras bajas), para la construcción socio histórica de la imagen y representación más amplia del cruceño (década del `80). El ser cruceño, a su vez, se basa en otra mitificación, proveniente de la narración histórica tradicional del oriente del feliz mestizaje, que atenuaba y justificaba los hechos de violencia sexual y de género, además de la violencia civilizatoria que se aplicaba hacia los pueblos indígenas de tierras bajas, específicamente a las indígenas de parte del sujeto masculino europeo. Este feliz mestizaje fundamentaría un nuevo proyecto societal, sustentado en la base antropológica del mestizo del oriente, pero exaltando y priorizando los rasgos antropomórficos europeos y contraponiéndose a la memoria histórica de resistencia y sublevación de los originarios de tierras altas. Consiste en el conjunto de rasgos, características, valores, principios, normas sociales, actitudes, pautas de conducta aceptados socialmente para ser incluido en la estima social, pertenecer o escalar socialmente, gozar de estatus, reputación y privilegio social en Santa Cruz. Esta identidad social del cruceño (localista en primer instancia) se politiza y se amplía, convirtiéndose en una identidad regional por medio del concepto de la cruceñidad. El concepto de la cruceñidad se gesta a través de la voluntad política expresa de la elite cruceña y se refuerza por medio de una narración histórica esencialista y nostálgica, ligada a un pensamiento atávico, heroico y muchas veces reaccionario. Dicha situación provoca un efecto de control social (feudal) estamentario, donde existe un pánico psico sociológico de ser expulsado de la buena estima de los cruceños. En este concepto político ampliado de cruceñidad, ya no hace falta pertenecer a la extracción antropológica, étnica y cultural del camba descrito líneas arriba, ni ser producto del ‘feliz mestizaje’, sino militar ideológicamente en la cruceñidad. Osea, según las consignas actuales del oficialismo cruceñista: el camba nace donde quiere, siendo preferible ser colla comiteísta que camba masista. Como contra cara del mismo fenómeno, existe la caricaturización, simplificación e invisibilización de la diferencia, sub alternidad y otredad, despachándola de manera facilista o calificándola de masista, comunista, totalitario, anticruceño y de traidor o haciendo un llamamiento a la polifacética figura de la muerte civil a quien no se cuadre con relación a los lineamientos míticos/heróicos o no se ponga la camiseta.

Esta trilogía camba–cruceño–cruceñidad reviste una naturaleza profundamente ideológica que expresa el imaginario de la elite dominante, quienes determinan los valores, contenidos, códigos, formas y fondos, significantes y significados del mito de mayor naturaleza política por su capacidad de adhesión de voluntades y agregación de preferencias. Su utilidad funcional consiste en su capacidad de pretorianizar y movilizar conciencias, voluntades y cuerpos al extremo de convertir individuos en masa amorfa indiferenciada y manipulable a los intereses de la elite cívica regional. Por medio de la pretorianización se convierten ciudadanos en soldados de la causa cruceña, más allá de cualquier limitación axiológica y ética, cruzando la línea entre la violencia simbólica hacia la potencialidad de la violencia material.

La principal utilidad política del mito de la cruceñidad consiste en desmontar los imaginarios sociales narrados por la memoria colectiva o memoria larga de los pueblos indígenas de tierras bajas y sectores populares sobre hechos históricos de dominación colonial, violencia sexual y civilizatoria. (Andrés Ibáñez y los igualitarios 1876, la rebelión de Andrés Guayocho en 1887 y Hapiaoeki Tumpa en la batalla de Kuruyuki en 1892, para citar algunos ejemplos).

El desmontaje se da por medio de la resignificación de la leyenda colonial y su lenguaje metafórico de la violencia, para producir consentimiento ideológico en la subalternidad y, además, la fundamentación de la hegemonía del bloque político de la elite. Consecuentemente, la resignificación se convierte en una contra narración histórica de resistencia en contra de la dominación colla, del gobierno central(ista) y su avasallamiento hacia el oriente, con la intención de fragmentar la integridad orgánica (material y simbólica) de las cosmogonías y cosmovisiones que coexisten en el oriente, además de perpetuar diversas subalternizaciones bajo los intereses de la hegemonía regional prevaleciente. M