Identidad y otredad en la Santa Cruz del siglo XXI


POR DORIAN C. ZAPATA RIOJA

Si queremos hablar de identidad cruceña, en primer lugar, es de esencial necesidad preguntarnos hoy: ¿se puede hablar de una identidad cruceña? Cuando decimos identidad cruceña, ¿estamos hablando de la identidad de los habitantes del departamento de Santa Cruz o de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra? Proponemos estas preguntas porque parece que la identidad cruceña es más de una. Parecen existir muchas versiones sobre qué es cruceño en nuestra contemporaneidad. En esa línea, y solo con fines comparativos, vemos por ejemplo España, que tiene 504 mil km² de extensión territorial y presenta identidades culturales muy distintas de pueblo a pueblo dentro de sus fronteras. Así, son muy diferentes culturalmente hablando; un catalán de un vasco, un gallego de un madrileño. Ahora bien, el departamento de Santa Cruz, con una extensión de 370 mil km²: ¿tendrá una identidad homogénea en su vasto territorio que no es muy dispar en extensión al del Reino Español? ¿Es lo mismo un vallegrandino que un portachueleño? ¿Es la misma identidad cultural la de un samaipateño, un indígena de tierras bajas y la de un cruceño de la ciudad? Consecuentemente, nos preguntaríamos también: ¿existe una identidad cruceña en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra? Ciudad que en diez años más tendrá en su área metropolitana cuatro millones de habitantes, ciudad que hace cincuenta años viene sobrellevando olas migratorias intensas, procesos de modernización1, vinculación material con el resto del país y, ciudad con una parcial (y periférica) inserción social, económica y cultural al llamado mundo capitalista globalizado. Bajo este marco nos volvemos a preguntar: ¿existe una identidad cruceña? Responderemos a continuación a partir de un análisis socio-cultural e histórico-discursivo sobre la identidad en Santa Cruz de la Sierra.

Máquina vieja: cultura y poder en Santa Cruz de la Sierra

Si miramos la historia, diríamos que evidentemente existe una cierta identidad cruceña que se construyó en aquél pueblo ubicado en el medio de la América del sur, aislado por tener a su alrededor: la cordillera de los Andes al occidente, la selva amazónica al norte, el gran Chaco al sur y una barrera política y cultural hacia el este con respecto al Brasil. La identidad forjada en esa sociedad tradicional cruceña tenía como el “otro” al indígena de tierras bajas, al camba (en su acepción indígena), al colla (más distante en estos tiempos) y también al bandeirante o portugués. En definitiva, antropológicamente y etno-culturalmente, la identidad cruceña estaba basada en el enraizamiento de la herencia hispánica europea y -como señala Adrián Waldmann- en una estructura socio-cultural de pensamiento feudal.

En cuanto a una historia más reciente, diríamos que esta identidad cruceña tradicional (construida en relativa situación de aislamiento desde la fundación de Santa Cruz en 1561) comenzó a tener contacto  intenso con un nuevo ‘otro’ —u ‘otros’— recién a mitad del siglo XX. Es justamente con la construcción de la carretera a Cochabamba, el plan Bohan, la sustitución de importaciones y la apertura del Oriente a modos de producción capitalista, que lo cruceño tradicional comienza a relacionarse con una(s) nueva(s) otredad(es). Estos nuevos ‘otros’, percibidos hoy con mucha más fibra que en el pasado fueron: el Estado boliviano, el ‘colla’, el migrante y en última instancia la modernidad como proceso económico-cultural civilizatorio contrario al pensamiento y estructura socio-económica feudal. Bajo estas nuevas condiciones, el discurso sobre cómo se entendía la identidad cruceña ―en su acepción antropológica― cambia. Ocurre un viraje en esa línea recta que concebía al indígena de tierras bajas como ‘el otro’, para relatar la historia del “feliz mestizaje”, es decir, a concebirse la noción del ‘camba’ como la conjunción étnica entre la herencia hispánica y lo indígena de tierras bajas, frente a lo ‘colla’ y al Estado andino. Si bien notamos un cambio en cuanto a la concepción antropológica y etno-cultural del cruceño, la estructura socio-cultural de pensamiento feudal (que sustentaba la identidad cruceña en la sociedad previa a los cambios de mitad de siglo XX) supo mantenerse, perpetuarse y convivir con el proceso de modernización que sufría Santa Cruz. Así por ejemplo, como indica Waldmann, el estereotipo del camba típico se equipara al del caballero medieval:

“La impulsividad, la actitud despilfarradora, y la infidelidad, corresponden tanto a un estereotipo camba como al de un hidalgo estilizado.”

Empero, la noción de identidad va más allá de los estereotipos. La identidad cruceña de antaño (como cualquier otra identidad cultural) envuelve un conjunto de estructuras de pensamiento, valores, manifestaciones folklóricas, modos de hacer y no hacer; componentes que ya mirando nuestra contemporaneidad, podemos reconocer como todavía vigentes. Para abordar la permanencia de lo cruceño de antaño en el siglo XXI proponemos su disección, es decir, un análisis de las partes conformantes de la cultura cruceña tradicional. Con este fin la dividimos en dos esferas:

La primera esfera está constituida por aquellos segmentos de la cultura cruceña de antaño que pertenecen al ámbito de lo simbólico. Implica todo lo que tiene que ver con folclore: juegos tradicionales, gastronomía, música, trajes típicos, bailes, etc. Añadiríamos a lo anterior aquellos aspectos simbólicos más propios de lo político-territorial, como la bandera cruceña y el escudo. Por último, apuntamos el lenguaje (popular/tradicional) como lo simbólico por excelencia.

Una segunda esfera de la cultura cruceña es aquella de lo práctico (modos de hacer y no hacer) ligado a valores espirituales/inmateriales ―porque cultura no son sólo manifestaciones simbólicas, sino también el cómo el hombre crea formas de afrontar la vida y su entorno guiado por factores intangibles, es decir, valores que rigen estas formas de abordar la realidad–. En ese sentido, la cultura cruceña de antaño, en cuanto a sus consecuencias prácticas y valores rectores, tuvo y tiene manifestaciones negativas y positivas: podríamos por ejemplo considerar como negativa la cualidad de sociedad estamentada —consecuencia de la mentalidad feudal de antaño― que se manifestaba en el encuentro dominical  jerarquizado por la división de las aceras de la plaza principal, y que Waldmann compara espléndidamente con la sociedad estratificada que se manifiesta hoy, en los espacios de fiesta y ocio:

“Equipetrol asume la función de lo que antes era la ´primera`, la acera exterior de la plaza, reservada a las buenas familias. La avenida Busch cumple en ese sentido un papel similar al de la segunda acera, mientras que espacios como la Renga o las Cabañas asumen de cierta manera la función espacial que recaía a la parte central de la plaza, donde se reunía ‘la cambada’.”

Estas manifestaciones de la sociedad cruceña en términos de valores, son unos anti-valores que caerían bajo los denominativos de intolerancia y exclusión. Pero al mismo tiempo, podríamos visibilizar manifestaciones positivas de la cultura cruceña de antaño, como la capacidad asociativa e independiente —de los centros de poder— para organizarse, afrontar y resolver problemas de la ciudad. Ahí tenemos por ejemplo las cooperativas de agua, electricidad y telefonía. Dichas formas de afrontar la adversidad caen en el ámbito de valores positivos como la solidaridad, el compañerismo y la ética de trabajo del cruceño.

Sin embargo en la actualidad, esta segunda esfera cultural —de lo práctico ligado a los valores— es constantemente invisibilizada o en todo caso, no sometida a un sano y serio debate societal, debate que debería cumplir la función de recuperar, cuestionar y transformar aquello que sirve y aquello que no es provechoso para la identidad cruceña del siglo XXI.  En contraste, la primera esfera (de lo simbólico, de lo folklórico) es constantemente visibilizada, sufre maquinaciones y manipulaciones de forma abierta por parte de políticos, instituciones y medios masivos de comunicación en Santa Cruz, especialmente en momentos altos de polarización política, frente a discursos políticos del occidente del país que tienen un contenido no solo político-ideológico, sino también fuertes aspectos identitarios y culturales.

Con esto no decimos que lo simbólico deba ser relegado, sin embargo lo simbólico debe de ser acompañado por una atención constante —por parte de instituciones y sociedad civil— a los valores que rigen nuestra sociedad en pro de una convivencia más sana y una identidad más fuerte, acorde a las necesidades y avatares de la sociedad cruceña contemporánea; porque en suma, la cultura que sustenta la identidad de las personas no es estática en el tiempo, más bien está siempre en movimiento, dinamismo, transformación, cambio e intercambio.

Cual bibosi en motacú: Identidad Cruceña en el Siglo XXI

El amor que me taladra
necesita jetapú;
viviremos, si te cuadra,
cual bibosi en motacú.

En el campo biológico, la hibridación es un proceso de generación de nuevas especies a partir del injerto entre dos especies distintas y preexistentes. En Santa Cruz, se da un fenómeno en el reino vegetal que puede ser denominado como simbiosis o hibridación. El árbol bibosi y la palmera motacú se enredan uno con otro y viven su vida juntos. Este proceso natural del ámbito vegetal ha servido como fundamento para algunas alegorías sobre pasión y amor en la cultura tradicional cruceña.

Así, cual bibosi en motacú, en el ámbito de la cultura, tenemos también procesos de hibridación que explican mucho de la identidad cruceña contemporánea. El antropólogo argentino Néstor García Canclini define a la hibridación como “aquellos procesos socio-culturales en los que estructuras o prácticas discretas, qué existían en forma separada, se combinan para generar nuevas estructuras, objetos y prácticas.”

La noción de hibridación no debe entenderse como sinónimo de mestizaje. El mestizaje propone una síntesis o sincretismo étnico y cultural. A diferencia de esto, la noción de hibridación explica la realidad cultural de las sociedades como compuestas por “diversas capas de expresiones simbólicas, de cosmovisión y de ordenamientos políticos, consideradas premodernas, que coexisten e interactúan con la dimensión de la modernidad ya instalada (…) y también con dimensiones consideradas como posmodernas surgidas en las últimas décadas como reacción crítica a los proyectos de modernización (…) insensibles a la pluralidad étnica, racial y cultural propia del espacio latinoamericano”. En síntesis, el concepto de hibridación rompe con cualquier intento de describir identidades puras, porque las estructuras o prácticas discretas son también el producto de anteriores hibridaciones, por lo que no pueden considerarse fuentes puras; a la vez, rompe con el marco de pensamiento de oposiciones binarias ―propio de la modernidad― que divide el mundo en buenos contra malos, puros o impuros, civilizado frente a salvaje, moderno versus pre-moderno, nacional contra extranjero.

Mirando Santa Cruz bajo el prisma de la hibridación, podemos identificar que la pureza de las identidades y las oposiciones binarias son parte constitutiva de algunos de los discursos sobre la identidad cruceña; por ejemplo: la descripción de la identidad cruceña que propone el mestizaje de lo hispánico con lo indígena de tierras bajas —camba— como fuente única de la identidad cruceña. En nuestra contemporaneidad no se debería definir en términos absolutos a la identidad cruceña como producto de un hecho puntual pasado como lo sería esta primera experiencia de mestizaje de conjuntos etno-culturales entre españoles e indígenas de tierras bajas.  Y decimos lo anterior porque estamos intentando explicar la identidad cruceña en la contemporaneidad, no a partir de un prisma esencialista que mira un hecho pasado como fuente de identidad (actividad necesaria, pero insuficiente) sino que también miramos el presente (la realidad identitaria palpable) y el futuro (lo que queremos ser). En todo caso, la hibridación es la regla y no la excepción en el espacio latinoamericano, donde confluyen procesos largos de hibridación cultural que podemos rastrear desde la conquista española y tal vez antes. Así por ejemplo, en el habla popular de Santa Cruz existen conjunciones de fuentes diversas, provenientes no solo de la lengua española, de la lengua chiquitana y guaraní, sino también del portugués y del quechua.

Bajo nuestra lectura, la realidad cultural-identitaria de la Santa Cruz del siglo XXI está compuesta por capas. Así, las capas de lo premoderno que tienen como fuente las culturas indígenas prehispánicas, lo colonial-hispánico y lo tradicional-feudal de antaño, conviven con las capas de la modernidad y los procesos modernizantes (todavía incompletos y gestados recién a mitad del siglo XX), modernidad que instauró la idea esencialista del mestizo ‘camba’ como identidad cultural única de lo cruceño pero que al mismo tiempo ―mediante los procesos modernizantes― provocó una fibrosa llegada de migrantes de todos los puntos cardinales del departamento, del país y en menor medida del resto del mundo. Lo anterior debería converger, hoy, en una nueva capa; una posmodernidad cruceña basada en el reconocimiento de la diversidad identitaria-cultural y el rechazo a los discursos que proponen identidades estáticas, esencialistas y/o puras. El reto fundamental está en reconocer que en nuestra Santa Cruz contemporánea existen identidades cruceñas que no necesariamente pertenecen o se adscriben a la identidad tradicional cruceña, a la identidad moderna cruceña, o a cualquier otro discurso identitario que sea purista, homogenizador, esencialista y absoluto. Reconocer que en cada ser humano conviven varias identidades, implica aceptar que una persona pueda considerarse al mismo tiempo tanto boliviano como cruceño, hombre, descendiente de alemán, colla, guaraní, cristiano, etc. De esta manera, así como cada individuo aprende a convivir con los diferentes roles y esencias culturales que existen en su ser, a nivel de sociedad debemos aprender a convivir con las diferencias, reconocerlas y exaltarlas para así, luego, encontrar espacios culturales comunes de la identidad cruceña.

En definitiva, el desafío para nuestro futuro es comenzar a vivir sin miedos hacia lo diferente (porque es el miedo la causa de toda exclusión, intolerancia y odio) y aprender a vivir con más valores interculturales: tolerancia, diálogo, apertura, respeto y por qué no, perdón y amor. Porque el futuro ha llegado, porque el futuro es hoy. M