Sobre Hegemonía y renovación en Santa Cruz


Por: Pablo Javier Deheza


Al caminar por las calles cruceñas y conversar con su gente, indagando cuáles son las percepciones que se tiene acerca de la dirigencia política local, un punto en común aparece: la sensación generalizada de que en la Santa Cruz actual no existen líderes que representen los intereses y demandas de la ciudadanía. Y sin embargo, ¿es esto realmente así? ¿Es tan inequívoca la ausencia de nuevas generaciones de actores capaces de decantar la confianza de la ciudadanía a su favor? Si vemos la situación de las fuerzas políticas tradicionales del departamento en funciones de poder —es decir, aquellas que ocupan actualmente las cabezas de la alcaldía de la capital y la gobernación—, podemos constatar que efectivamente quienes están al mando y toman las decisiones provienen de visiones y proyectos que son resabios del siglo pasado. Las voces de los pocos representantes jóvenes tampoco aportan ideas nuevas y más bien se mueven sin lograr salir de los parámetros caducos de quienes los lideran. Es decir, no existe una renovación real ni generacional ni de ideas entre las fuerzas usuales del departamento.

La construcción hegemónica en Santa Cruz

Santa Cruz se hace visible para el resto de Bolivia con la apertura de la carretera y la aplicación del “Plan Bohan” a partir de la Revolución de 1952. Con esto empieza a darse el crecimiento económico y poblacional del departamento. Hacia 1960 empieza un proceso de acumulación económica por parte de la élite local que le ha de permitir consolidarse políticamente en los años ’70 y participar en el manejo del Estado nacional. En las décadas siguientes, la misma irá desarrollando el aparato financiero del oriente, consolidará la agroindustria y se hará con el control de los principales medios de comunicación. De ese modo consolida y cierra el círculo de su construcción hegemónica.

Pero, ¿qué es hegemonía? Antonio Gramsci es quien teoriza sobre el tema y conceptualiza a la misma como la dominación y mantenimiento del poder que ejerce una persona o un grupo sobre otros, sometidos o minoritarios, mediante la persuasión, imponiendo valores, creencias e ideologías que configuran y sostienen el sistema político y social. El fin de la hegemonía es construir y perpetuar un estado de homogeneidad en el pensamiento y en la acción que incluye restricciones en la temática y enfoque de las producciones y las publicaciones culturales. Es decir, la hegemonía no es sólo la voluntad de dominio de unos, sino también la creación de la conciencia entre los dominados de que es natural y moralmente bueno ser sometidos por un grupo en particular. Para esto se activan y disponen aparatos ideológicos, discursos y un conjunto de valores y antivalores, orientados a establecer una visión de mundo definida por quien ejerce dicha hegemonía.



Ahora bien, eso es exactamente lo que sucedió en Santa Cruz y fue obra de la clase dominante. La herramienta ideológica con la que trabajó para estos fines fue el ‘cruceñismo’: un imaginario romántico acerca de Santa Cruz y sus habitantes, que definió valores formulados a la imagen y semejanza de la élite; estableció también como su antítesis a todo aquello que le resultaba ajeno y con ideas propias. Desde el Comité Cívico Pro Santa Cruz y con el apoyo de grupos organizados de choque —tal como funcionó, por ejemplo, la Unión Juvenil Cruceñista—, se impuso esta visión dominante a la población local. De por medio hubieron listas de personas a quienes se les declaró con muerte civil por pensar diferente, violencias varias e incluso actos de racismo, discriminación y vandalismo que fueron prohijados desde el poder local. La fuerza de esta construcción hegemónica, aunque cuestionada y debilitada, se mantiene hasta el presente.

El campo político cruceño en el presente

El rasgo que marca la principal característica del campo político cruceño en nuestros días es la fragmentación. A nivel país, el bloque opositor que se articuló alrededor de Santa Cruz se terminó de disgregar y es ya un mero recuerdo.

Esto significa que la clase política cruceña tradicional perdió protagonismo en la esfera nacional. El único refugio que le quedó a estas fuerzas ha sido el espacio local. Sin embargo, la desagregación de la propia élite en el ámbito interno es evidente y se acentúa cada vez más. En la medida en que la clase dominante cruceña encuentra sus contradicciones y se desarticula, las agrupaciones políticas y cívicas que la representan van perdiendo norte.

Hasta el momento, lo que queda de las fuerzas cruceñas tradicionales es una suerte de vestigios del naufragio: agrupaciones dispersas, poco cohesionadas, todavía sin reacción y sin proyecto; cada una por su lado, viendo cómo sobrevivir. No se ve en ninguna de ellas capacidades para interpelar al poder constituido y articular una propuesta que pueda entregarle las ansiadas respuestas al país en su conjunto.

El contenido renovador en el campo político cruceño, en lo que es posible evidenciar, viene de la mano del movimiento indígena del oriente boliviano. La CIDOB, que finalmente está asentada en Santa Cruz, se muestra con capacidades organizacionales comparativamente resueltas, portavoces idóneos para sus fines y liderazgos claros. Este grupo es el que despliega las mejores habilidades dirigenciales presentes en el ámbito local y es la única fuerza del oriente que gravita en el escenario nacional.

Entonces, ¿hay renovación en Santa Cruz?


Sí, existe renovación en Santa Cruz y viene de parte de los indígenas del oriente. Sin embargo, la fuerza todavía vigente de la construcción hegemónica de la élite cruceña, limita su visibilidad y aceptación.

Aún permanecen asentados en la conciencia local los valores que enseñó y estableció la clase dominante generando una imagen, idéntica a sí misma, acerca de quiénes pueden ser los llamados a ostentar el poder en Santa Cruz. Consecuentemente, a diversos sectores mayoritarios de la sociedad cruceña se les hace difícil ver y comprender un liderazgo indígena del oriente boliviano.

Pareciera que la ciudadanía cruceña —particularmente las clases medias y altas de las ciudades y las poblaciones rurales más tradicionales—, todavía buscan encontrar un siguiente liderazgo entre alguien de la clase dominante.

No es que los cruceños no se sean conscientes de que es necesario un redireccionamiento, sino que esperan que el misma se dé a partir de quienes vienen ejerciendo hegemonía en el departamento; bajo su sistema de valores, su visión de mundo y sus patrones de conducta. Se está esperando renovación de quienes han construido más bien un status quo basado en la ausencia de debate, pensamiento único, autoafirmación estamental y resistencia al cambio.

Mientras tanto, ante los ojos de todo el país, emerge desde los llanos, desde Santa Cruz, el movimiento indígena de tierras bajas y comienza a redefinir el campo político nacional. Es en ellos donde justamente está la oportunidad de proyectar Bolivia hacia pleno Siglo XXI bajo nuevos paradigmas; son ellos quienes hoy dan la cara por el oriente y afirman nuevos rumbos políticos para el país. Un buen día de estos, los cruceños
dejaremos de buscar al siguiente taita y estaremos dispuestos a construir un departamento, un país y un mundo diferentes. En algún momento, saldremos de nuestros moldes para convertirnos en lo que realmente tenemos que ser: autores de nuestro propio destino, en democracia y con paz, trascendiendo la idea de tener caudillos, vengan de donde vengan. En ese instante recién podremos comprender la verdadera dimensión de alzar nuestra mirada ante al destino y decirle de frente, en su total significación: ¡Iyambae!