La construcción de imaginarios en la identidad cruceña - Primera parte

POR ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA

Podemos decir que la memoria colectiva, al igual que otras formas de producción de sentido, suele expresarse mediante “referencias específicas en el vasto sistema simbólico, donde una colectividad se autorepresenta y genera una identidad”, creando imaginarios sociales como base para reforzar la identificación de las colectividades y rodeándose de representaciones imaginarias que legitiman y establecen redes de pertenencia y de oposición, entendidas como la caracterización de “uno mismo” y del “adversario”; condición necesaria para reforzar la identidad.

El imaginario social construye, simbólicamente, el “nosotros”, buscando que la comunidad “propia” se incluya en ello, y se antepone a una “otredad” que, es al mismo tiempo, “extranjera”, “extraña” o “enemiga”.

Generalmente, la base para la constitución de redes de pertenencia y oposición son las “naciones”, entendidas, en su definición más básica, como unidades colectivas que comparten tradiciones, cultura, idioma, historia, creencias religiosas, roles definidos e intereses. En la contradicción clásica se antepone la “nación” a la “antinación”, como imaginarios propios de los regímenes políticos que pretenden atribuirse la total representación y encarnación de los intereses de la “nación”, como una “comunidad imaginada” donde entrarían “todos” los habitantes de “la patria”, constituyendo a “lo extranjero” como el némesis eterno al que se recurre en coyunturas en las cuales se busque reforzar el sentido de pertenencia, principalmente, cuando en la lucha por el manejo del Estado, se descalifica a los oponentes como “antinacionales”.

Las redes de pertenencia y de oposición son de mayor complejidad en formaciones sociales propias de Estados plurinacionales, o sea donde conviva más de una nación como resultado de una fuerte diversidad cultural y/o geográfica en el seno del Estado. Si bien, el sentido de pertenencia a “una sola nación”, en este caso, comprendida como el Estado, igualmente, se presenta en los Estados plurinacionales con cierta eficacia, especialmente, como consecuencia de conflictos “históricos” con otros países como parte de la memoria colectiva, las redes de pertenencia y oposición se concentran en las dicotomías entre las regiones, departamentos, provincias u otros niveles intermedios y/o locales que corresponden territorialmente a las naciones múltiples que comparten el Estado, pero que luchan por imponer su propia hegemonía.

En el caso de Bolivia, actualmente reconocida como un Estado plurinacional, históricamente,  el intento de construcción de una “conciencia nacional”, ha conllevado la imposición hegemónica de las regiones que se han catapultado como centros de poder, por consiguiente, la lucha política ha trascendido las clases sociales y los partidos políticos al interactuar y mezclarse con intereses e imaginarios regionales y/o departamentales como expresión de la complejidad y diversidad de su formación social.

Mediante los cambios que trajo la revolución de 1952, se hicieron una serie de reformas destinadas a incorporar a la vida económica y política del país al oriente boliviano, particularmente, al Departamento de  Santa Cruz. Esto transformó la urbe cruceña que experimentó una fuerte migración de todo el país y se consolidó en una región de crecimiento económico acelerado con la formación de una  nueva burguesía agroindustrial y la constitución de una élite más allá de tradicional plutocracia minera.

Como acontece en las regiones de desarrollo económico acelerado, sumado a la auto-diferenciación cultural que se asumía desde y hacia el occidente boliviano como centro de poder, en Santa Cruz se tendió a un regionalismo creciente que elaboró una propia lectura de la historia  y realidad de Bolivia. Se concibió al eje del poder histórico (“el occidente”, “lo altiplánico”, “lo andino” o “lo colla”) como el opresor permanente de las regiones nor-orientales y como culpable del “atraso” del país, lo que venía a contraponerse con el “progreso” cruceño.

Los imaginarios regionalistas adquirieron un fuerte contenido racista contra los habitantes del occidente del país, principalmente, contra los campesinos de origen quechua y aymara, denominados, despectivamente, “collas”, que pasaron a considerarse como “los que no prosperan” e, incluso, la parte “fea” de Bolivia.

En tal medida, las redes de pertenencia de la identidad cruceña giran en torno a lo que Zavaleta llamó la “clase social camba” de cual la mayoría de la población se siente parte y cuyo referente de oposición es el “occidente boliviano” o el “centralismo colla”. Se marcaron redes identitarias tan sólidas como la “nación” o la “patria”.

Como consecuencia, la interpretación histórica en y desde Santa Cruz, ha ido construyendo la identidad “cruceñista”, alimentando los imaginarios regionalistas y reforzando las redes de pertenencia y oposición basadas en la región y la “antiregión”. En esta primera parte del trabajo, abordaremos dos procesos históricos que, en ese sentido, se consideran de vital importancia en la construcción de los imaginarios regionalistas cruceños.

Los enfrentamientos de Terebinto

A fines de la década del 50 nació el Comité Pro Santa Cruz, entidad cívica que se creó con el fin de conseguir del gobierno central la consecución de “demandas departamentales” de Santa Cruz. En él confluyeron gran parte de las organizaciones sociales y políticas del Departamento.  Paradójicamente, el Comité Pro Santa Cruz, se gestó como una reacción a la revolución del 52 con fuerte influencia de Falange Socialista Boliviana (FSB), partido tradicional opositor al Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) que encabezó la revolución.  En Santa Cruz se atrincheraron los opositores a la misma, una de las razones era evitar que la Reforma Agraria alcance las tierras de los hacendados de la zona.

En 1957, una  movilización convocada por el Comité Pro Santa Cruz exigió al Estado un 11% de regalías producidas por los hidrocarburos que se encontraban en territorio cruceño. Fue la primera demanda que articuló el Comité Pro Santa Cruz y que antepuso los intereses del Departamento a las políticas estatales. Los discursos que acompañaron la petición al Estado contrapusieron las redes de pertenencia “cambas” o “cruceñistas” frente al “centralismo colla” al que se le exigía este derecho.

Unionistas capturados en Terebinto (1958)
Como el Estado, en un inicio, negó la reivindicación, en 1958 estalló en Santa Cruz un levantamiento contra el régimen de Hernán Siles Zuazo encabezado por el Comité Pro Santa Cruz, la naciente Unión Juvenil Cruceñista y la FSB. El gobierno respondió a esta situación enviando a las milicias armadas campesinas a desafiar a los rebeldes, lo que originó un duro enfrentamiento en Terebinto que culminó con el asesinato de cuatro ciudadanos cruceños, el sofoque del movimiento y la detención del Presidente del Comité Pro Santa Cruz, Melchor Pinto.

Restablecida la calma, se liberó a Pinto, que fue recibido por una manifestación sin precedentes en Santa Cruz,  convirtiéndose en un héroe para el imaginario cruceño. A pesar de la represión, finalmente, en  1959,  se obtuvo el 11% de las regalías de los hidrocarburos producidos en Santa Cruz, recursos que fueron mayormente utilizados en su desarrollo urbano.

La concreción de esta reclamación catapultó al Comité Pro Santa Cruz como referente indiscutible en la región oriental generando gran convocatoria en la ciudad de Santa Cruz y convirtiéndose en el articulador y baluarte político de los imaginarios regionalistas con fuerte respaldo popular. Es decir, a pesar de representar los intereses económicos dominantes de Santa Cruz, se generó una hegemonía que se mantiene, en cierto sentido, en la actualidad. Como resultado, en Santa Cruz tendieron a preservarse como hegemónicas las posiciones más conservadoras del espectro político boliviano.

El sentimiento cruceño catalogó a los sucesos de Terebinto como un triste referente de la memoria colectiva. Un ejemplo de la significación de la matanza de Terebinto en el oriente boliviano es ilustrado en una poesía del escritor beniano Pedro Shimose; parte de ella, dice:

“…Santa Cruz de la Sierra dolorosa
Mi sangre está hecha de tu sangre
Y tu martirio es mi martirio
En tu rostro se va el beso como una huella de traición
En tus lágrimas se va el musgo de aguaceros perseguidos
Ay Terebinto, Terebinto
Crujen los huesos de los destripados
Sangran los pies de los fugitivos que volvieron a los bosques
A pelear por lo que es nuestro
Por lo que es tuyo madre nuestra…”

Así, la dura contienda de Terebinto, se convirtió en uno de los eventos históricos que refuerzan los imaginarios regionalistas que encarna en las mentalidades la dicotomía entre los intereses regionales y/o departamentales y la reacción del Estado central “occidental” que es materializado, a partir de entonces, como la “antiregión”.  Además, la ocupación de la ciudad de Santa Cruz por milicias armadas campesinas generó fuerte impresión en la ciudadanía cruceña,  acrecentando el resentimiento contra los habitantes del occidente del país, vistos como la “otredad opresora”.

El “cruceñismo” como imaginario del golpe y dictadura de Bánzer

En la década de 1970, algunas de las medidas y acciones directas realizadas en los gobiernos de Alfredo Ovando y Juan José Torres afectaron los intereses de la burguesía agroindustrial cruceña. Cuando se estatizó la industria azucarera, mayormente manejada por empresarios del Departamento, la Cámara de Comercio de Santa Cruz se pronunció contra el gobierno, anteponiéndolo a los “intereses de Santa Cruz”. Parte del documento decía:

“La disposición gubernamental que estatiza la industria azucarera, significa un freno más al desarrollo económico de Santa Cruz [...]. La Cámara de Comercio e Industria apela al sentimiento cívico del pueblo cruceño en el deseo de unir fuerzas en defensa de los altos intereses del Departamento”.

De las tendencias políticas que apoyaron el golpe y dictadura de Banzer, la FSB fue la que con más fuerza plasmó en su discurso los imaginarios regionalistas, principalmente, a través de su jefe nacional, el cruceño Mario Gutiérrez, que fue después uno de los hombres claves del gobierno banzerista. Gutiérrez, en distintos comunicados a la opinión pública manifestó que el “centralismo colla” se quería “comer vivo al país”, pero, en especial, a los “pueblos pujantes y desarrollados como Santa Cruz”. Explicó que Bolivia estaba dividida en dos zonas geográficas que eran radicalmente diferentes, una que pertenecía al Pacífico y otra al Atlántico, por lo tanto “era natural” que el oriente boliviano tuviera “más en común” con países como Brasil, que con el occidente boliviano. Empero, después negó tajantemente las acusaciones de fomentar el separatismo, exclamando:

“Nosotros no hemos inventado la división de Bolivia en dos zonas geográficas, y las denuncias sobre separatismo de Santa Cruz es una excusa para la intervención punitiva del imperialismo colla”.

De esta manera, en la década del 70, se refuerzan con mayor intensidad y énfasis las redes de pertenencia y oposición sobre la “región”  y la “antiregión” que se concretaron en la participación de los grupos dominantes de Santa Cruz en la conspiración que culminó con el golpe de Banzer, con un amplio apoyo de sectores de la ciudadanía cruceña interpelados por dichos imaginarios. 

Durante el régimen banzerista, los grupos dominantes cruceños, que nunca habían participado directamente en el manejo del Estado, se beneficiaron por las medidas económicas que intentaron potenciar, incluso a través de estrategias éticamente cuestionables, rubros agropecuarios e hidrocarburíferos. También en el Departamento se formaron los más recalcitrantes y violentos grupos de choque del autoritarismo.

El centro de acumulación capitalista del oriente, por primera vez, desde cierto control del Estado, tuvo la oportunidad de presionar para reorganizar la constitución territorial del poder en base al nuevo polo dinamizador de la economía, lo que fue concedido por Banzer mediante las facilidades y beneficios que dio a estos sectores. Explica Dunkerley:

“Parecía como si el poder nacional se hubiera desplazado de La Paz a Santa Cruz, de la misma manera como a fines del Siglo XX, Sucre perdió su hegemonía política a favor de La Paz”.

En efecto, el aporte simbólico y discursivo de los imaginarios regionalistas cruceños a la ascensión de Banzer se consolidó en políticas estatales que inauguraron oficialmente la influencia y protagonismo de los grupos económicos dominantes de Santa Cruz en el manejo del Estado; siempre en relación a imaginarios regionalistas que aseguraron hegemonía en su zona de influencia y que perduran hasta hoy, potenciándose con el surgimiento de liderazgos indígenas y movimientos sociales y la asunción del Movimiento al Socialismo (MAS), actores políticos que se perfilan como parte de las redes de oposición del “cruceñismo” readecuadas en la actualidad. M